sábado, 28 de abril de 2012

PERIQUITO GUAPO

Periquito guapo


            Cuando la señora Justina murió, Periquito Guapo era todavía muy joven pero había dado muestras de bondad suficientes para ganarse el aprecio de toda la comunidad. La hija de la señora Justina no quiso llevárselo y, en una reunión improvisada junto al camión de la mudanza, decidimos encargarnos juntos de su cuidado. En otros portales se pasaban de piso en piso una urna con un santo, nosotros la jaula de Periquito Guapo y la caja con su herencia.
            Periquito Guapo era libre, o al menos su jaula no tenía puerta, y había vivido desde siempre en el patio. Solía posarse entre las prendas de la ropa, nunca encima, y utilizaba la jaula como lugar de aseo y para dormir. Lo que más le gustaba a Periquito Guapo era cantar, hacer posturitas con la mirada insinuante y presumir de su belleza. Y, lo más increíble, Periquito Guapo vigilaba el tendido de la ropa, recogía las pinzas caídas y se las entregaba en la mano a su dueña.
            Periquito Guapo vivió con nosotros muchos años y nadie se negó jamás a tenerlo en el enganche de su ventana. Disfrutaba mucho cuando poníamos música en el patio, así podía renovar su repertorio, y sólo una vez mostró una manía, que era su debilidad, Carlos Gardel. Le gustaba tanto que se mareaba, se caía de las cuerdas y luego se iba a su jaula a llorar. En esos momentos tan delicados, había que entregarle la herencia de la señora Justina, su tesoro, el espejo de mano que le servía para comunicarse con otro de su especie.

                                                                       de Mercedes Cancelo

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