Confianza bajo llave
A mitad de la faena apareció el dueño del Atlas y echamos a correr. Yo tenía una edad imposible de atrapar, me escabullí entre sus piernas y cogió a mi hermano mayor por los pelos. Desde el fondo de la calle vi cómo lo arrastraba hacia el bar. Me amenazó con el puño, corrí antes de que saliera a buscarme y pasé el resto de la tarde jugando solo, lejos del barrio. Cuando llegué a casa, mi hermano no estaba.
¿Tú no sabes dónde está tu hermano, no le habrá pasado algo? El dueño del Atlas era un tipo muy feo, con pinta de mono cheposo. ¿De verdad que no sabes nada, no le habrá pasado algo? En la barra oscura del Atlas se sentaban chicas, chicas que hacían cruces con las piernas. ¿Dios mío, qué le habrá pasado a tu hermano, mira que si sabes algo y no lo dices? Por intentar robarle sus cajas de cervezas con una pértiga aquel asesino podía haberlo descuartizado... ¿Por qué lloras, Fernando? ¿Dónde está tu hermano?
Mi padre fue a recogerlo, pagó las botellas rotas y a mi hermano le cayó la pena inferior a la pena de muerte. Hablé con él, me juró que estaba a punto de escaparse del almacén donde lo retenían, yo era un traidor, había tenido miedo, no se podía confiar en mí. Le pedí perdón y tuve que prometerle que mientras estuviera castigado sería su esclavo. La primera orden fue ir a la ferretería y comprarle con mis ahorros un candado para sus cosas.
de Silencios que me conciernen