Nos dirigíamos en tren al pueblo escogido. Al salir de la estación seguíamos al grupo de personas más numeroso, que nos conducía a la zona más habitada, obrera. En la tienda del barrio nos gastábamos todo el dinero que teníamos en bolsas de basura, y tocábamos el timbre en el portal más próximo, como un reto.
Decíamos, porque era cierto, que nos pagábamos los estudios vendiendo por las casas. Las bolsas de basura costaban en la tienda cincuenta pesetas, las vendíamos por el doble. A veces las mujeres reconocían las bolsas y había que mentir, o decir la verdad, que era mucho más eficaz.
Sólo teníamos una norma: no asustar. Las mujeres establecían la distancia con el ángulo de la puerta. El acuerdo estaba muy claro: un rato de charla con un muchacho a cambio de una propina. Juan Pedro hablaba lento, acariciando, seduciéndolas. Yo hablaba fuerte, con entusiasmo, como un hijo que llega tarde a casa y cuenta que le ha pasado Algo muy difícil de creer.
de Silencios que me conciernen
Lo de Juan Pedro era algo vocacional , un emprendedor .
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